sábado, 1 de diciembre de 2012

suicidio, acoso psicológico, bullying

Feas palabras que implican realidades dolorosas. Un suicidio es doloroso en sí mismo, realidad que crece cada vez más en momentos de crisis personales y emocionales o económicas y sociales. Son realidades hirientes las que lo provocan. Suicidios ante desalojos por no pago de deudas hipotecarias y frente a medidas bancarias que obedecen a causas de más atrás. Suicidios por un futuro arrasado debido a medidas económicas en España, Grecia, Italia y en otros países, nos han conmovido últimamente. Por el mismo acto pero también por los motivos que han llevado a tomar una decisión absoluta.

No caben, entonces, condenas morales o religiosas contra la persona que acabó con su vida. Si hubiera que responsabilizar a alguien, debería ser a aquellos, organismos internacionales o gobiernos, que no tomaron decisiones efectivas, de cualquier orden, pensando en la gente. En los países mencionados, las personas que han optado por el suicidio últimamente han sido adultas, desesperadas por situaciones que se podrían haber evitado, aunque ello hubiera requerido medidas opuestas a las que imponen organismos internacionales y políticas o acciones gubernamentales. Pero cuando se suicida una persona en edad adolescente, duele más. Y cuando las causas no son directamente económicas ni afectan a un país entero sino que vienen de comportamientos juveniles violentos, otras realidades nos abofetean.

Mónica Jaramillo tenía 15 años, hija de una pareja lojana de inmigrantes en España. Era gordita, tímida, no le interesaba la ropa de marca ni se maquillaba. Era "diferente", dijo el padre. Eso no resistían sus compañeras de aula en Ciudad Real, cercana a Madrid. Y ella no pudo resistir ya el acoso, que es también rechazo. "La violencia escolar forma parte del catálogo de horrores predecibles", decía en el primer párrafo de un libro de Lengua, que enseñó a su madre, advirtiéndole "esto me pasa a mí". No se actuó a tiempo. La diferencia se paga cara o cuesta la vida. Es que era hija de inmigrantes en una sociedad que, como otras, refleja sus demonios en la mediocridad y el egoísmo de la mayoría de sus adolescentes, que son también reflejo de otras y dolorosas realidades sociales. Esa violencia escolar es hoy conocida como bullying, acoso no ya únicamente sexual por profesores o compañeros varones a una niña, sino acoso psicológico por chicos y chicas de la misma edad, que arrincona a la víctima hasta dejarla sin salida. Antes fue Cristina Cuesta, que en 2005, cuando se suicidó, tenía 16 años; en 2004, Jokin Ceberio, de 14 años, caso que también sigue la justicia española.

Los profesores del colegio de Mónica no actuaron. Por miedo, comodidad o prejuicios. No importa. Permitieron que pasara otro suicidio de una lista engrosada con la indiferencia, que se vuelve complicidad. Es allá, aquí, en todas partes. Entonces, ¿qué sociedades dejamos que se consoliden? ¿Qué sociedades, cuando la violencia y el acoso no solo se dan en las relaciones interpersonales sino que también vienen de las altas esferas de instancias sociales, políticas, económicas? ¿Qué hacemos?




Autor: Alexandra Ayala - Ciudad Quito

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